Hace algunos años conocí a don Tomás. Un señor con poco menos de 50 años que se enojó conmigo cuando le pregunté si vendía shucos. "Hot-dogs vendo" me dijo. Pero ya después de algunos años de ser su cliente nos hicimos amigos. El vendía shucos frente a la iglesia de La Recolección y se hizo tradición para mí cenar en aquel lugar cada viernes a eso de las seis de la tarde. Junto a él había una venta de tacos que seguramente ya conocerán muchos aquí. Pues aquel señor se hizo mi amigo y una de esas noches mientras cenaba en el lugar me contó lo que les voy a contar a continuación.
Volvía don Tomás ya tarde a su casa un viernes en la noche,
que era el día que más ventas tenía. Los viernes la gente anda buscando comida
rápida en las calles y a don Tomás le iba bastante bien esos días. Así que hubo
algunos en los que incluso le dio la media noche haciendo sus deliciosos
hot-dogs. Pues aquel viernes a don Tomás le dio la una de la mañana recogiendo
sus cosas y luego comenzó a empujar su carrera por toda la tercera calle. Calle
que pasa junto a la Parroquia de San Sebastián. Allí iba don Tomás haciendo bulla
con su carrera de shucos por las oscuras y silenciosas calles de la zona 1. Él
vivía cerca del Cerrito del Carmen, casi llegando a Candelaria y todos los días
hacia ese recorrido empujando su carreta. Pues llegando estaba ya a la sexta
avenida cuando los pasos de una mujer con tacones resonaron por el lugar. No
era de extrañarse aquello. Por el sector es bien sabido que rondan las
trabajadoras de la noche. Pero lo extraño es que al llegar a la sexta no vio a
nadie asomando desde el parque central ni desde el parque Morazán. Pero los
tacones se seguían escuchando y se acercaban cada vez más hacia donde él se
encontraba. Las piernas le comenzaron a pesar pero no le dio tiempo al susto
para que lo dejara paralizado y sin ningún carro en las cercanías comenzó a
empujar su carrera a toda prisa y sin voltear a ver a ningún parte. Pero al
llegar a la altura de la séptima avenida en la esquina del famoso laboclip,
volvió a escuchar el sonido de los tacones que se acercaban a él, pero esta vez
de frente y sin pensarlo detuvo el recorrido de la carreta porque logró ver una
figura asomándose y escondiéndose cuando él se acercaba a esa esquina.
Lo pensó mejor. No quería seguir porque algo lo estaba
esperando escondido en esa esquina y no pensaba tampoco dejar su carreta tirada
para salir huyendo. Podrían ser ladrones, pero ¿Ladrones con tacones? Era poco
probable. Dio la vuelta y comenzó a bajar buscando el frente de la iglesia de
San Sebastián. Su carreta iba de vuelta otra vez rompiendo el silencio de las
calles vacías y color ámbar de la zona 1. Dobló en la sexta avenida y se quedó
parado frente a la parroquia esperando a escuchar algún sonido. Era muy
creyente don Tomás porque allí se sintió a salvo a pesar de todo, pero, después
de unos segundos en silencio volvió de nuevo a escuchar los tacones acercándose
y algunos murmullos indescifrables. Se pegó bien a la pared que rodea el parque,
y volteaba a ver constantemente hacia ambas direcciones. No lograba distinguir
de donde era que venían, pero estaban cada vez más cerca y no se veía nada.
Solamente se escuchaban los pasos de aquella mujer. El miedo lo invadió, se
protegió detrás de su carreta vacía y escuchó como frente a él pasó algo o
alguien en tacones, caminando despreocupadamente e incluso lanzando una risita
burlona al pasar frente a él y su carreta. Jura don Tomás que incluso se detuvo
unos segundos. Y luego prosiguió con su camino, burlándose de él, que aterrado
se "protegía" de lo que fuera detrás de su carrera. Luego de unos minutos,
don Tomás comenzó de nuevo con su camino. El ruido de la carreta volvió a
invadir aquellas calles y esta vez no se detuvo hasta llegar a su hogar. Don
Tomás no sabe qué fue lo que aquella noche lo acechó en aquellas calles, ni lo
que se burló de él al verlo aterrado. Pero él cree que simplemente existen
espantos que disfrutan de asustar a la gente que se aventura por las calles
solitarias a altas horas de la noche. Y aquella cosa solo quería asustarlo y lo
logró. Don Tomás no volvió a caminar por allí después de las diez, hora en que
ya es bastante tarde. Pero no tanto como aquella madrugada en la que tuvo
frente a él, a lo desconocido.
Fin.
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