Yo me dedico a la compra y venta de tarimas de madera...
Así comenzó su relato José Luis. Comerciante que tiene su
negocio al final de la Avenida Petapa. Desde hace muchos años él y su padre se
dedican a eso, a comprar y vender tarimas usadas por mayor y menor. Eso les ha
dado de comer desde que él tiene memoria
y ahora incluso su hijos, aunque ya en la universidad, entienden y ayudan con
el negocio. Pues el sábado 14 de noviembre (no olvidarán la fecha fácilmente)
llegó un pequeño camioncito lleno de tarimas en excelente estado que, quienes
en él iban, pretendían vender. Al nomás verlas don José Luis supo que iban a
querer más de lo que él da por tarima. Pero para su sorpresa prácticamente
querían regalarlas. No tenían en donde tenerlas y con qué les diera para las
aguas se conformaban. Eran tarimas de madera, sin ningún defecto, sin ninguna
mancha, ni quebradura ni nada. ¿Quién iba a pesar mal? Las recibieron, las colocaron
en donde tenían espacio y dejaron algunas afuera como exhibición. Pagaron y
listo. Tenían más existencia y realmente eran muy buenas tarimas, pero esa
misma noche comenzó todo. Don José Luis y su familia viven en esa misma casa.
Únicamente que al fondo. Estaba lloviendo (como ha estado todo este noviembre)
y para que no se arruinaran no dejaron ninguna tarima afuera. Pero ese lote les
había quitado todo el espacio en la bodega de su negocio, así que se llevaron
cinco para la sala de su casa. Cosa que no es para nada extraña. Se hace cada
vez que la bodega está llena y llueve. Y pues allí se quedaron. Hasta que llegó
la hora de dormir y un extraño sonido los despertó a todos. Era el sonido de
uñas rascando la madera. Tienen un perro y en lo que pensaron primero fue en
eso. En que el perro las estaba rasguñando. La esposa de don José Luis se
levantó y fue a ver. Pero el perro estaba durmiendo en su cama en la puerta del
cuarto de ellos y los rasguños se seguían escuchando. Caminó hacia la sala y le
pareció extraño que el perrito no la siguiera. Pero llovía y pensó que tenía frío.
Encendió la luz de la sala y los sonidos dejaron de escucharse, pero ella vio
claramente como algo se metió debajo de las tarimas. Ratas pensó, de inmediato,
por lo rápido que aquello se escondió debajo. Llamó a su esposo y a su hijo
mayor quienes las levantaron y no encontraron absolutamente nada. Se acostaron
otra vez y de nuevo comenzó el sonido de las garras rasguñando la madera. Sin
hacer ruido don José Luis se levantó, esta vez con la linterna de su teléfono
pegada a su pecho para iluminar hasta que estuviera frente a las tarimas de
donde venía el sonido y sorprender al roedor. Estaban seguros de que era una
rata.
Salió de su cuarto sin hacer ruido y solito don José Luis
caminó despacio. No encendió la luz de la sala, el sonido se seguía escuchando
y algo se movía en la oscuridad. Algo a la altura de la tarima más baja. Sin
hacer ningún ruido y lo más lentamente posible iluminó con su linterna y… había
alguien entre la tarima. Un hombre que intentaba desesperado salir de debajo de
ellas. Las tarimas tienen un espacio entre las tablas superiores y las que
sirven como base de unos quince centímetros más o menos. Allí se meten las
puntas del montacargas para levantarlas y difícilmente cabría allí un ser
humano. Pero allí estaba ese hombre, aplastado por el peso de las tarimas con
los ojos desorbitados e intentando salir. Las uñas de una de sus manos eran las
que causan aquel sonido. Don José Luis cayó de espaldas y su grito alertó a
todos quienes llegaron de inmediato y encendieron la luz. Y entonces
desapareció. Frente a los ojos de don José Luis aquel hombre desapareció y el
sonido de las uñas también. Le contó a su familia lo que había visto mientras
sus hijos levantaban las tarimas. No había nada, ni señal de que hubiera algo
antes de levantarlas. Don José Luis estaba notoriamente afectado, tiene
diabetes y pensaron incluso en llamar a los bomberos pero él no quiso. Era
mejor sacar las tarimas de la sala y deshacerse de ellas al día siguiente. Y
así lo hicieron. Pero antes de hacerlo uno de sus hijos propuso volver a
intentar apagar la luz con las tarimas entre la sala. Y cada uno desde su
cuarto fue testigo de cómo los rasguños volvían a escucharse. Sacaron las
tarimas, no solo de su sala, las sacaron de su casa y las dejaron mojándose
toda la noche en la calle durmieron poco. La noche fue horrible y el susto no
les pasaba. Pero el sonido no volvió. Al menos no esa noche. Porque a veces
durante la noche, el sonido de las uñas de aquél hombre rasguñando la madera
los despierta. Pero es muy de vez en cuando. Las tarimas las regalaron. Todas
las que les llevaron en aquel camión las regalaron. Don José Luis se arrepiente
de haberlas aceptado, era demasiado bueno para ser verdad o bueno. Siente que
ensució su casa metiendo aquello en ella. Y a veces siente miedo sin razón
alguna. Sobre todo cuando recuerda la mirada perdida y desorbitada de aquél hombre
debajo de las tarimas que simplemente no podía estar allí. Era imposible. Al
menos lo era para un ser humano. Pero todos lo escucharon y él lo vio. Y muy
difícilmente logré quitárselo de la cabeza alguna vez.
Fin.
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