miércoles, 16 de diciembre de 2020

Debajo de aquellas tarimas

 


Yo me dedico a la compra y venta de tarimas de madera...

Así comenzó su relato José Luis. Comerciante que tiene su negocio al final de la Avenida Petapa. Desde hace muchos años él y su padre se dedican a eso, a comprar y vender tarimas usadas por mayor y menor. Eso les ha dado de comer desde que él  tiene memoria y ahora incluso su hijos, aunque ya en la universidad, entienden y ayudan con el negocio. Pues el sábado 14 de noviembre (no olvidarán la fecha fácilmente) llegó un pequeño camioncito lleno de tarimas en excelente estado que, quienes en él iban, pretendían vender. Al nomás verlas don José Luis supo que iban a querer más de lo que él da por tarima. Pero para su sorpresa prácticamente querían regalarlas. No tenían en donde tenerlas y con qué les diera para las aguas se conformaban. Eran tarimas de madera, sin ningún defecto, sin ninguna mancha, ni quebradura ni nada. ¿Quién iba a pesar mal? Las recibieron, las colocaron en donde tenían espacio y dejaron algunas afuera como exhibición. Pagaron y listo. Tenían más existencia y realmente eran muy buenas tarimas, pero esa misma noche comenzó todo. Don José Luis y su familia viven en esa misma casa. Únicamente que al fondo. Estaba lloviendo (como ha estado todo este noviembre) y para que no se arruinaran no dejaron ninguna tarima afuera. Pero ese lote les había quitado todo el espacio en la bodega de su negocio, así que se llevaron cinco para la sala de su casa. Cosa que no es para nada extraña. Se hace cada vez que la bodega está llena y llueve. Y pues allí se quedaron. Hasta que llegó la hora de dormir y un extraño sonido los despertó a todos. Era el sonido de uñas rascando la madera. Tienen un perro y en lo que pensaron primero fue en eso. En que el perro las estaba rasguñando. La esposa de don José Luis se levantó y fue a ver. Pero el perro estaba durmiendo en su cama en la puerta del cuarto de ellos y los rasguños se seguían escuchando. Caminó hacia la sala y le pareció extraño que el perrito no la siguiera. Pero llovía y pensó que tenía frío. Encendió la luz de la sala y los sonidos dejaron de escucharse, pero ella vio claramente como algo se metió debajo de las tarimas. Ratas pensó, de inmediato, por lo rápido que aquello se escondió debajo. Llamó a su esposo y a su hijo mayor quienes las levantaron y no encontraron absolutamente nada. Se acostaron otra vez y de nuevo comenzó el sonido de las garras rasguñando la madera. Sin hacer ruido don José Luis se levantó, esta vez con la linterna de su teléfono pegada a su pecho para iluminar hasta que estuviera frente a las tarimas de donde venía el sonido y sorprender al roedor. Estaban seguros de que era una rata.

Salió de su cuarto sin hacer ruido y solito don José Luis caminó despacio. No encendió la luz de la sala, el sonido se seguía escuchando y algo se movía en la oscuridad. Algo a la altura de la tarima más baja. Sin hacer ningún ruido y lo más lentamente posible iluminó con su linterna y… había alguien entre la tarima. Un hombre que intentaba desesperado salir de debajo de ellas. Las tarimas tienen un espacio entre las tablas superiores y las que sirven como base de unos quince centímetros más o menos. Allí se meten las puntas del montacargas para levantarlas y difícilmente cabría allí un ser humano. Pero allí estaba ese hombre, aplastado por el peso de las tarimas con los ojos desorbitados e intentando salir. Las uñas de una de sus manos eran las que causan aquel sonido. Don José Luis cayó de espaldas y su grito alertó a todos quienes llegaron de inmediato y encendieron la luz. Y entonces desapareció. Frente a los ojos de don José Luis aquel hombre desapareció y el sonido de las uñas también. Le contó a su familia lo que había visto mientras sus hijos levantaban las tarimas. No había nada, ni señal de que hubiera algo antes de levantarlas. Don José Luis estaba notoriamente afectado, tiene diabetes y pensaron incluso en llamar a los bomberos pero él no quiso. Era mejor sacar las tarimas de la sala y deshacerse de ellas al día siguiente. Y así lo hicieron. Pero antes de hacerlo uno de sus hijos propuso volver a intentar apagar la luz con las tarimas entre la sala. Y cada uno desde su cuarto fue testigo de cómo los rasguños volvían a escucharse. Sacaron las tarimas, no solo de su sala, las sacaron de su casa y las dejaron mojándose toda la noche en la calle durmieron poco. La noche fue horrible y el susto no les pasaba. Pero el sonido no volvió. Al menos no esa noche. Porque a veces durante la noche, el sonido de las uñas de aquél hombre rasguñando la madera los despierta. Pero es muy de vez en cuando. Las tarimas las regalaron. Todas las que les llevaron en aquel camión las regalaron. Don José Luis se arrepiente de haberlas aceptado, era demasiado bueno para ser verdad o bueno. Siente que ensució su casa metiendo aquello en ella. Y a veces siente miedo sin razón alguna. Sobre todo cuando recuerda la mirada perdida y desorbitada de aquél hombre debajo de las tarimas que simplemente no podía estar allí. Era imposible. Al menos lo era para un ser humano. Pero todos lo escucharon y él lo vio. Y muy difícilmente logré quitárselo de la cabeza alguna vez.

Fin.

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