miércoles, 16 de diciembre de 2020

Los extraños sucesos en el cerro El Naranjo

 Repartidores de comida rápida, personas que andan en la calle arriesgando su vida para llevar nuestra comida distintas partes de la ciudad. Personas que también tienen historias de hechos sobrenaturales que pueden contarnos. Y ese es el caso del relato que comparto a continuación

La calle que rodea al cerro El Naranjo y que lleva directamente hacia la zona 4 de Mixco es bastante silenciosa en algunos tramos. Sobre todo en esa parte que queda después del Colegio Sagrado Corazón. Pues aquel domingo ya a eso de las 7 de la noche un repartidor llevaba su orden a una dirección entre las zonas 4 y 5 de Mixco. Estaba bastante acostumbrado a recorrer aquel camino, pero aquella noche había mucha neblina en el trayecto y el frío calaba los huesos. En ese tramo silencioso aceleró un poco su motocicleta porque, al recorrer la oscuridad del sector, sintió inexplicablemente "algo feo" en el cuerpo. La noche impone en ese lugar, de un lado la enorme sombra del cerro parece vigilante y del otro, el barranco. Pues al llegar a la parte en que hay una especie de mirador a mano derecha, distinguió que, entre la neblina que iba atravesando, había gente a la orilla de la calle. Parecía que estaban viendo algo, era una especie de tumulto de los que se hacen cuando hay un accidente, pero apenas lograba distinguir entre la oscuridad. Bajó la velocidad para evitar chocar o causar algún accidente, pero seguía ese sentimiento de que algo andaba mal. Estaba oscuro y entre la neblina se veían formas humanas. No paró, solo bajó la velocidad, pero siguió avanzando. La luz de la moto aún iluminaba la carretera, pero conforme fue avanzando la niebla se hizo tan espesa que poco o nada servía que aquella luz estuviera en la máxima potencia. Tuvo que parar, no veía para atrás ni para adelante. Era demasiada neblina y la oscuridad de la noche ayudó a que su única opción fuera detenerse. Y así lo hizo, se detuvo pero no apagó la moto. El motor seguía en marcha y estaba listo para acelerar en caso de tener que hacerlo. Se quitó el casco, el frío intenso de aquella noche inundó sus pulmones y congeló su nariz. Todo estaba en completo silencio, solamente el canto de los insectos y de los animales nocturnos entre el monte se lograba escuchar. Volteó hacia todas partes, nada. Nada de las siluetas que había visto, nada de señales de vida humana, nada de movimiento y claro, nada de carretera, estrellas o cualquier luz que le indicara por donde iba. Era como si la neblina se lo hubiera tragado todo. Avanzó lentamente con su moto, pero era demasiado peligroso. No veía ni a un solo metro de distancia. Iluminaba con la luz de la moto, con la luz de su teléfono y trataba de tocar algo con las manos que le indicara que seguía en el camino correcto, pero nada. Y entonces lo escuchó.

Era una especie de canto. El sonido de algunos tambores y el sonido de una voz cantando en un idioma que no entendía. Era la voz de un hombre cantando acompañado del sonido de algo siendo golpeado. Un tambor, pensó él, pero no estaba seguro. Se escuchaba a lo lejos, pero poco a poco se fue acercando a él. Aquel canto y aquellos sonidos se iban haciendo más claros y parecían rodear al repartidor con su motocicleta aún encendida. El sonido venía de todas partes y de ninguna parte. Detrás, adelante, arriba e incluso abajo. El idioma era incomprensible, pero llegó el momento en que se vio completamente rodeado de él. Entre la neblina veía sombras, escuchaba aquella voz, aquel canto que de pronto tuvo frente a su nariz y que lo hizo retroceder. Pero al hacerlo lo escuchó detrás. Estaba rodeado, y entonces todo fue demasiado abrumador. El canto estaba tan cerca que parecía tenerlo dentro de su propia cabeza. Quería huir de allí, quería gritar y salir corriendo. Y casi lo hace, pero de la nada el sonido de otra moto y la voz del hombre que la conducía diciéndole "acelerá mano, vámonos" lo hizo salir de aquella especie de transe y seguir con la vista la luz trasera de la moto que lo había despertado, por así llamarlo.

Unos cuantos metros adelante la neblina se disipó un poco y las luces lejanas de algunas colonias se comenzaron a ver. El frío seguía intenso, pero al fin veía el camino. Más adelante pararon en una gasolinera. El motorista que le había hablado le hizo señas para que parara junto a él y entonces le contó:

A él también le había pasado eso. Algunas noches baja del cerro El Naranjo una neblina espesa. Esa neblina se queda algunas veces en las faldas del cerro, pero otras veces se instala en la carretera. Nadie sabe que es, nadie sabe de quién es aquella voz y aquel canto. Pero, según el motorista que ayudó al repartidor, todo tenía que ver con que el sector es sagrado y como cada vez hay más casas y carreteras, lo sobrenatural inevitablemente choca con la vida cotidiana. Y a veces, quien menos lo imagina vive esas cosas. En las dos ocasiones en las que a él le había sucedido únicamente siguió adelante hasta salir de la niebla. Nada lo dañó, pero tampoco se quedó a averiguar qué pasaba. Y esa noche al ir pasando por allí, escuchó el canto y el sonido de los tambores. Pero también vio la luz trasera de la moto y lo único que se le ocurrió fue decirle que salieran de allí. Y realmente eso salvó, tal vez, hasta la vida de aquél repartidor.

Muchas historias se cuentan del cerro El Naranjo y sus alrededores. Muchas historias hay de repartidores que ven cosas extrañas en aquel sector en el que mucha gente que me le, vive. El enorme cerro El Naranjo tiene en el muchas leyendas e historias y está es una de tantas. En la que un repartidor de comida rápida, se topó casualmente y sin desearlo, con lo sobrenatural.

Fin.

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