domingo, 20 de diciembre de 2020

El fantasma del hospital San Juan de Dios

 

-Doc., présteme un quetzal. Es que quiero llamar a mi familia.

 

Esto fue lo que un médico del hospital General San Juan de Dios escuchó detrás de él, aquella noche despues de despedirse de sus compañeros al finalizar su turno. El médico se volteó y se topó con la cara conocida de un paciente que tenía complicaciones después de una operación. Ya se había ido a su casa luego de la intervención, pero no saben qué fue lo que pasó y volvió dos días después con una grave infección y con la sutura rota. Después de una nueva intervención fue llevado a el área de Cirugía de hombres y allí se recuperaba. Aquella tarde ese paciente le había preguntado a ese mismo médico si se podía bañar y por eso lo recordaba muy bien cuando volteó y se lo encontró parado detrás de él pidiéndole un quetzal para llamar a su familia. Fernando, que es así como aquel médico se llama, buscó entre sus cosas una moneda. Lo hizo con algo de molestia, se quería ir cuanto antes. Era época navideña y debía llegar a una cena a las ocho de la noche y eran ya las siete. Pero disimuló bastante bien su molestia y se sacó dos monedas de quetzal y le dijo amablemente "pero después se va a acostar ya. No tiene que andar esforzándose tanto" aquel hombre de pelo colocho, bajito y moreno, dibujó una sonrisa en el rostro y agradeció al médico. "Dios lo bendiga" le dijo antes de que el médico agradeciera y buscara rápidamente la salida del hospital.

Eran las 7:15 cuando salió del conocido lugar en zona 1 de Ciudad Guatemala. Fue a su reunión, celebró y llegó al otro día ya con mejor ánimo al hospital. A eso de las nueve de la mañana tenía que pasar visita y recordó por un instante al hombre. Sentía un poco de pena por la forma en que le había dado las monedas. En realidad había disimulado bien la molestia, pero tenía pena de haberle hablado mal o algo. Así que llevaba otro par de monedas para dárselas por si quería llamar otra vez. Después de todo aún faltaba un día más para que su familia llegara a verlo. Pasó visita uno a uno a sus pacientes. Algunos ya con salida, sonrisas y agradecimientos y otros aún delicados, pero, cuando llegó a la cama de aquél hombre, esta estaba vacía, arreglada y limpia. Lista para un próximo desafortunado que la ocuparía pronto. Fernando preguntó por el paciente e intentó recordar si alguien le había actualizado su condición. Pero no, desde la noche anterior que lo vio nadie más le dijo nada sobre él. Así que comenzó a averiguar.

Wilmer Caal era el nombre de aquél hombre y había muerto un día antes a las seis con treinta minutos de la tarde. Pero era imposible, Fernando recordaba haberlo visto más tarde. Recuerda haber visto el reloj de su carro dando las 7:15 al salir del hospital y llegó incluso a recorrer el tramo en donde se encontró a Wilmer y tomar el tiempo para estar seguro que no había sido antes. Pero no, él lo había visto definitivamente a las siete y se había ido a las siete con quince minutos. El hombre había muerto súbitamente y fue encontrado a las seis con treinta minutos, así que, incluso cabía la posibilidad de que hubiera muerto unos veinte minutos antes de la hora en que fue encontrado. Nada de aquello tiene sentido aún y fue completamente real. Un paciente habló con su médico varios minutos después de muerto y le pidió dos monedas para llamar a su familia.

"Por suerte se las di" cuenta Fernando entre risas y reflexión, pensando en que vivió una historia más, de las muchas que se cuentan en los pasillos de los hospitales del mundo.

 

Fin.


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