martes, 22 de diciembre de 2020

El espanto del tanque San José

 


Aún después de muchos años sin uso, los lavaderos del tanque San José, ubicados al final de la llamada avenida de los árboles en zona 1 de Ciudad Guatemala, siguen dando de que hablar entre los vecinos del sector. Hace poco más de un año, los largos lamentos de una mujer mezclados con el aullido de un animal al que fue imposible identificar despertaron a más de uno con los pelos de punta. La Llorona dijeron unos, la Siguanaba dijeron otros pero nadie se atrevió a salir y ver de qué se trataba. Pero desde ese día, el sonido del agua cayendo y corriendo por las madrugadas en aquellos lavaderos abandonados hace décadas, los siguió despertando. Nadie se explicaba que era lo que sucedía y para ser sinceros nadie quería saberlo tampoco. Hasta que don Urbano, vecino del sector, decidió salir la noche del catorce de noviembre para ver con sus propios ojos de que se trataba.

Por la silenciosa calle lo único que corría era el viento que movía las copas de los árboles que oscurecían aún más la noche. La esposa de don Urbano pasó varios días intentando convencerlo de que no era buena idea salir. -Esas cosas son cosas de espíritus y por algo es que nadie quiere salir. No seas necio-le decía, pero era por demás. Don Urbano estaba decidido a salir el catorce de noviembre, fecha que se le ocurrió al azar y que de paso no olvidará jamás.

Las últimas personas buscando el camino a casa hicieron que don Urbano se metiera a la suya aquella noche. Había estado desde las ocho saliendo y entrando nervioso. Abría la puerta y cuando alguien se acercaba caminando se entraba y la cerraba. Ni siquiera cenó para molestia de doña Hilda que insistía en que no tenía que salir, que nadie se lo estaba pidiendo y que hiciera lo mismo que hacían todos cuando el sonido comenzaba. Enchamarrarse y ponerse en oración. Pero, don Urbano estaba decidido a ver, por el mismo, que producía aquel sonido de agua cayendo y corriendo en los lavaderos que al amanecer, estaban completamente secos.  Y se llegó la madrugada. Después de seis tazas de café y la misma cantidad de veces yendo al baño, dieron por fin las dos horas y treinta minutos de la madrugada. El sonido comenzó como siempre, pero esta vez fueron dos largos lamentos de mujer los que casi hacen ceder a don Urbano de sus intenciones. Pero después de algunos minutos solamente se escuchaba el inconfundible sonido del agua cayendo y luego corriendo.  

-Ya, voy a salir

-Sí, y yo voy con vos

Doña Hilda se había puesto su mañanera para el frío y un rosario enorme de esos que brillan en la oscuridad en el cuello.

-No ¿Cómo vas a creer? Aquí quédate y me esperas. Cualquier cosa me abrís rápido la puerta.

-No seas necio. O salís conmigo o no salís. Ya que seguís necio yo te voy a acompañar

Don Urbano no insistió más. Conocía bien a su esposa y sabía que las cosas eran así como ella decía. Abrieron la enorme puerta de madera que rechinó aún más fuerte que el sonido del agua. Frente a ellos, el tanque San José en casi completa oscuridad, pero al parecer, en total actividad.

Doña Hilda se persignó, don Urbano tomó con fuerza un pequeño machete que había afilado durante días y ambos se atravesaron la calle escondidos entre las sombras de los árboles. Mientras se acercaban el sonido del agua era más y más claro y podían sentir su olor. Pero también les pesaban las piernas e intentaban contener el aliento. Las pequeñas puertas y las bajas paredes que rodean el lugar no los iban a proteger al estar frente al lugar, así que se acercaron por uno de sus lados. Don Urbano intento alejar con una mano a su esposa para que lo esperara en un lugar seguro, pero esta la retiró con su propia mano y siguió adelante con el rosario entre la boca. Ambos temblaban de miedo, pero ambos querían saber de qué se trataba, así que sin pensarlo mucho, don Urbano encendió su linterna, iluminó en dirección a donde se escuchaba el agua caer y gritó:

-¿Quién putas anda chingando?

El tanque principal, que es el que abastece a las pequeñas pilas  que lo rodean, estaba completamente lleno de agua y justo en medio, una figura blanca se sumergió salpicándolo todo y lanzando un espeluznante grito que despertó incluso a aquel que tuviera el sueño más pesado entre todos los vecinos. La pareja de esposos se quedó paralizada mientras veían a aquel espectro nadando en círculos entre el agua del tanque. Con cada círculo que completaba se hacía más y más pequeño hasta que se volvió tan diminuto que fue imposible verlo y desapareció, llevándose con él o ella toda el agua del lugar.

Cuatro semanas tardó el malestar de don Urbano y doña Hilda. Pero el 14 de diciembre recibieron la posada en su casa y el malestar desapareció. Todos los vecinos sabían ya la historia, incluso el sacerdote de la iglesia de San José se enteró y prometió ir a bendecir el lugar. Pero aquella noche, mientras servían los tamales y el ponche en la posada, volvieron a contar lo que vivieron aquella noche. Doña Hilda no se arrepiente de haber acompañado a su esposo, pero don Urbano si se arrepiente de ponerla y ponerse en riesgo frente a algo que aún hoy no comprenden. Pero que a más de un año de sucedidos los acontecimientos, no volvió a aparecerse por el sector.

 

Fin.

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