miércoles, 16 de diciembre de 2020

Un zapatazo al diablo


La tradicional Quema del Diablo en Guatemala, se remonta al siglo XVI. Cuando la procesión de la Inmaculada Concepción recorría las calles de la Antigua Guatemala, en donde al carecer de alumbrado público, las familias encendían fogatas frente a sus casas para iluminar el recorrido de la procesión. Dicha tradición sobrevivió con los años y se mudó, junto a los ciudadanos, a la nueva Guatemala de la Asunción después de los terremotos de Santa Marta. Aquí se instaló en los barrios que albergaban a los nuevos habitantes de la nueva ciudad, barrios que al día de hoy, son los que mantienen aún viva la tradición de las fogatas. Pero su significado ha ido cambiando con el paso del tiempo. Ahora ya no se ilumina el paso de la procesión, ahora se quema todo lo viejo que se ha ido acumulando dentro de los hogares guatemaltecos durante el año. Digamos que es una forma de limpiar el hogar de cosas viejas y dejarlo listo para recibir el año nuevo. La tradición se conserva en todo el país, pero es en los barrios viejos de la ciudad en donde se ve aún su práctica. Esos barrios de calles anchas y viejas que se llenan de color y sonido durante el atardecer de cada 7 de diciembre. Y como toda tradición en el país, tiene también sus leyendas y vivencias que los vecinos de diferentes ciudades del país, cuentan como propias o como la de un conocido. Así que hoy, les voy a contar lo que sucedió en uno de esos barrios antiguos y tradicionales de la Ciudad de Guatemala, un 7 de diciembre ya olvidado en los calendarios.

Estaba don Paco y su familia juntando viruta y algunos tablones viejos frente a su casa un 7 de diciembre de esos en los que aún hacía frío en el país. Don Paco y su hermano tenían una muy conocida carpintería en su casa y de eso vivían. Durante el mes de octubre y noviembre juntaban la viruta y las reglas que iban sobrando de los trabajos para hacer la fogata del 7 de diciembre. No tardaba mucho en arder, pero era una de las más grandes de la cuadra. Eso, sumado a los cohetes y volcancitos, hacía que la cuadra entera esperara la fogata de los carpinteros como la más grande y alegre de aquél día. Pues la tarde se pasó entre los preparativos y la compra de cohetes para los patojos. Ya el ambiente navideño inundaba las calles de la ciudad y los foquitos iluminaban la mayoría de las casas por dentro y por fuera. Y llegó la hora. Toda la gente comenzó a sacar sus cosas viejas. Periódicos, ropa, algunos incluso muebles y chiriviscos, los infaltables chiriviscos. Y así, la ciudad comenzó a arder, toda al mismo tiempo.

Pero la fogata de don Paco y su familia ardió menos de lo acostumbrado esa vez. Al principio se elevó casi dos metros e iluminó el rostro sorprendido de los espectadores pero en un par de minutos era solamente algunos tablones ardiendo y humo. No podía ser posible, la fogata más grande de la cuadra estaba fallando. Así que ni lento ni perezoso don Paco y su familia decidieron sacar algunas tablas más y también ir a buscar a un cuartito que tenían refundido en el fondo de su casa, periódicos viejos o alguna cosa que ayudara a avivar el fuego. Fue doña Ana, esposa de don Paco, la que se dirigió a aquel cuartuchito a buscar el periódico "Yo sé cómo tengo allí" dijo y se fue corriendo al fondo de la casa. Mientras tanto don Paco amontonaba lo que sus hijos y sobrinos le llevaban para quemar y la fogata ya había crecido bastante. Aun así doña Ana se abrió paso hasta la oscura esquina en donde una pila de periódicos viejos se acumulaban. "Esos están buenos" se dijo para sí misma y les metió un jalón ayudada por el lazo que los mantenía amarrados y en orden. Pero cuando lo hizo, una pequeña figura saltó buscando ocultarse en alguna otra parte pero no encontró donde. Doña Ana gritó del susto y por instinto se quitó un zapato y se lo lanzó a aquella pequeña figura de unos 50 centímetros de altura. Con tan buena puntería que le dio justo en la cabeza y con el tacón, haciendo que aquel pequeño ser soltara un alarido de dolor y saliera huyendo rumbo a la calle. Allí don Paco y el resto de su familia veían orgullosos la enorme fogata que habían logrado formar con la ayuda de todos. Estaban admirando el danzar del fuego cuando por la puerta principal de su casa, salió un pequeño diablito corriendo. Tenía patas de cabra, era totalmente rojo y con una de sus manos se agarraba la cabeza, justo en donde el tacón de doña Ana le había pegado. Se quedó un par de segundos viendo a la familia y luego vio a don Paco quien solamente alcanzó a decir:

"¿Qué putas?"

Para luego ver como el pequeño demonio saltaba hacia las llamas. En ese momento la altura de aquella fogata alcanzó casi los cinco metros y quiénes no habían visto lo sucedido con el extraño ser, la veían con admiración y temor. Pero en unos cuantos minutos de nuevo aquella fogata quedó reducida a cenizas y a algunos tablones ardiendo discretamente. Don Paco y su familia se acercaron a ver si había quedado algo de aquél pequeño diablito. Pero aunque doña Ana barrio hasta el último poco de ceniza, no encontraron absolutamente nada.

Está de más decir que aquel cuarto lo vaciaron y hasta bendijeron. No encontraron nada más, pero la anécdota quedó, y cada 7 de diciembre en aquel barrio viejo de Ciudad Guatemala, se cuenta como el mismísimo diablo, saltó hacia la fogata de don Paco, huyendo de doña Ana, quien le dio tremendo taconazo en la cabeza.

Fin.

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