jueves, 24 de diciembre de 2020

El Misterio milagroso

 


La historia de los nacimientos guatemaltecos se remonta al año 1524 cuando la orden de los franciscanos llega al territorio nacional procedente de España. A ellos se debe esta tradición, la cual practicaban desde el siglo XII. Y que fue creada por San Francisco de Asís para conmemorar el nacimiento de Jesucristo. Aunque en ese tiempo los realizaban únicamente en las iglesias y con personas reales caracterizando los personajes. Y así inició en Guatemala también, pero se dice que el Santo Hermano Pedro promovió la elaboración de los nacimientos en los hogares antigüeños y así, por cuestiones de espacio y economía, poco a poco, la tradición fue evolucionando hasta llegar a ser lo que hoy conocemos. Figuras de distintos tamaños y ya con el toque guatemalteco del aserrín, la manzanilla, el musgo y el pashte. Se realizan en casi todos los hogares para estas fechas y hay lugares en donde su creación lleva semanas de trabajo y luego son expuestos al público. Muchos de estos nacimientos gigantes se han vuelto famosos y una visita obligada, en la capital y Antigua Guatemala, para todo aquel que guste de la tradición.

Pero como toda tradición guatemalteca, esta también tiene leyendas sobrenaturales que se comparten de generación en generación mientras se elabora. Relatos que se cuentan mientras se admira la obra terminada e iluminada por cientos de luces navideñas que parpadean dejando por algunos segundos la habitación en completa oscuridad. Cosas que se dicen y se conocen entre las familias que las cuentan como propias o de algún lejano antepasado. Y a continuación les comparto una.

Corría el año de 1964 en la Antigua Guatemala. Diciembre se acercaba rápidamente y a doña Chila se le hacía tarde para comenzar a elaborar el tradicional nacimiento que, año tras año, atraía a cientos de visitantes a la tercera calle poniente de la ciudad colonial. Todos sus vecinos y amigos estaban extrañados porque ya era hora de comenzar a ver sus carreras de aquí para allá con aserrín, nuevos pastorcitos y ovejas que año con año mandaba a hacer a la carpintería cercana. La gente ya comenzaba a preguntarle incluso a don José, el carpintero, si sabía algo. Pero no, ese año simplemente no encargó nada, ni tampoco se le veía intención de hacer algo. Fue hasta el catorce de diciembre, día en el que la posada más grande del sector visitaba su casa, que todo se supo. Doña Chila dejó afuera a la posada. Seis veces cantaron para que abriera su casa y los dejara entrar pero nada, ni siquiera salió a decir que no quería o que no podía. Simplemente los dejó afuera, tal y como le pasó a los padres de Jesús miles de años atrás. Todo el mundo hablaba de doña Chila y su extraña actitud, pero nadie se animaba a preguntarle las razones. En parte por lo mal encarada y mal genio que doña Chila mantenía y en parte porque estaba en todo su derecho. No estaba obligada a hacer nada si no quería, pero sí que era extraño. Y la madrugada del quince de diciembre, la cuadra que normalmente era tranquila a todas horas, despertó con el ruido de cosas cayendo y quebrándose en plena calle. Todo el mundo salió a ver y todo el mundo se sorprendió al ver a doña Chila aún con la ropa de dormir, tirando a media calle todo lo que un año antes había usado para la elaboración del nacimiento. Pastores, ovejas, camellos, casitas, puentes, pozos, los reyes magos e incluso a María y José. Y si aquello ya era un espectáculo escandaloso e indignante, fue peor cuando la vieron salir con el niño Dios en las manos. Un niño Dios con más de cien años de antigüedad y el cual había sido bendecido en La Merced hace un par de décadas. Los gritos de mujeres y hombres no bastaron ni evitaron que doña Chila tirara a la valiosa imagen sobre el bulto que formaban todas las cosas del nacimiento del año anterior. Don José el carpintero fue el único que se acercó y se atrevió a preguntarle si pensaba tirarlo todo. Y que si era así, él estaba dispuesto a pagarle por todas las cosas. A lo que doña Chila respondió:

-No don José, no lo pienso tirar. Lo voy a quemar todo.

Los gritos de nuevo se escucharon en toda la cuadra cuando una pequeña explosión hizo retroceder a don José, quien hasta ese momento sintió el olor del aceite quemándose. Era demasiado tarde, todo aquello había sido empapado con aceite y ardía ante la incrédula mirada de los vecinos y amigos de doña Chila. Quien parecía haberse vuelto loca y a quien las llamas le hacían brillas los ojos mientras se dibujaba una extraña sonrisa en su rostro. Las llamas no tardaron mucho en quemarlo todo y reducirlo a cenizas. Ni doña Chila ni los vecinos se habían apartado de aquella fogata siniestra, querían ver cuál era el siguiente paso de la señora que veía con satisfacción la pila de ceniza en la que todo se había convertido. Sin decir nada se volteó en dirección a su casa y enseguida volvió con una escoba, una pala y un costal. Estaba dispuesta a recogerlo todo y terminar con aquello. Pero con el primer escobazo la calle se inundó con la expresión de asombro de los vecinos y de la misma doña Chila. Debajo de la ceniza de las ovejas, de los pastores, de los camellos y de todo lo demás, asomó la mano intacta del niño Dios. Un escobazo más terminó por descubrirlo y junto a él, la imagen de María y la de José. También intactas. Únicamente con algunas manchas de ceniza. Aquello era imposible, las tres imágenes estaban hechas por completo de madera y habían sido empapadas con aceite como todo lo demás. Pero estaban intactas y de inmediato todos los que veían aquel espectáculo lo tomaron como un milagro. Don José se agachó de rápidamente y tomó al niño Dios entre sus brazos. Aún estaba intensamente caliente debido a las llamas y un escobazo de doña Chila casi lo hace caer, pero logró alejarse y algunos vecinos más se atrevieron a rescatar las otras dos imágenes a pesar de los escobazos que doña Chila soltaba furiosa. La policía tuvo que intervenir, y después de escuchar una y otra vez a los vecinos llegaron a la conclusión de que doña Chila quería deshacerse de sus cosas y estaban tiradas a media calle. Así que no era robo como ella decía a gritos antes de que la obligaran a meterse a su casa. Don José y algunos vecinos revisaron las imágenes que poco a poco se fueron enfriando. Estaban intactas, únicamente querían algo de limpieza y pintura. Pero la madera no había sido dañada por las llamas. Luego de una restauración, el Misterio, como les llaman a Jesús, María y José juntos, fue donado a un convento en el que permanecen resguardados y son movidos únicamente para las posadas internas de fin de año. El misterio milagroso le llaman quienes conocen la historia de aquellas imágenes que sobrevivieron al fuego. Doña Chila se fue del lugar unos días después, nadie sabe lo que sucedió ni lo que la llevó a hacer aquellas cosas, pero se rumora de locura o de algo más oscuro. Quienes vivieron aquello lo contaron a sus nietos y así fue pasando de generación en generación hasta llegar a mí. Y ahora lo comparto con ustedes.

Fin.

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